A la modista le picó una avispa, le picó en la lengua, la avispa estaba dentro de una uva, al tomarla de la parra le picó, se le inflamó terriblemente y no pudo comer en varios días. Paquita decía
al recordarlo me duele aún la lengua.
Desde entonces me han picado avispas, siempre me despierto al clavarse el aguijón en la lengua, todavía lo sueño de vez en cuando, quizás lo sueñe siempre.
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La solitaria tiene un nombre horrible para ser un gusano. Vive en la barriga y para hacerla salir hay que estar varios días sin beber y comiendo bacalao. Después se coloca un vaso de agua delante de la boca, y con la boca muy abierta se espera a que el gusano, sediento, suba por los tubos hacia la garganta y salga por la boca hasta alcanzar el vaso. Así se libra uno de la solitaria.
No sé quién me lo contó ni por qué. No sé si es verdad o mentira. También esto lo sueño.
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En el cuarto de estar había una repisa, allí estaba Jesús, no en una cuna sino de pie, un niño sonriente con los brazos extendidos apoyados en una cruz. Cuando venía la Virgen (una señora la pasa en una urna por las casas) se la colocaba a su lado en la repisa.
Alguien ha dejado allí los bolos, son altos y de colores: hay que retirarlos para fregar el suelo.
Subir al sillón, de puntillas resbalar en el filo. Dolor en la boca, Mariasun con uniforme del colegio, grita, entran los demás. En las baldosas hay gotas, círculos rojos, ¿cómo habrán aparecido? Puntos en los labios, en el hospital cosen carne como Paquita hace con la tela.
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En la feria había tiovivos (les decimos caballitos) y carruseles ondulantes. Pero lo más extraño son esos globos que, en lugar de caer como las demás cosas, suben y tiran del hilo queriendo ir al cielo. Me compran un globo amarillo, mamá lo ata a mi brazo. Ando por la feria sin dejar de mirarlo mientras tropiezo con la gente. Es la prueba de que la magia existe. De pronto el globo se escapa, miro y no está cogido al brazo. Sube por encima de las bombillas de colores y se aleja, cada vez más pequeño. Contrariedad, lágrimas que cuelgan, las siento correr nariz abajo. Intento de comprarme otro globo. No, otro no, quiero ése. El globero ya se ha ido, vuelta a casa sin globo amarillo. Rabia que quiere salir por las piernas pero no puede.
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La casa de Pedrito tiene dos habitaciones junto al patio que llamamos cuadrillas. En una de ellas solemos jugar. También tiene un pozo dividido por una pared, medio pozo para su casa y otra mitad para la contigua. A veces su madre habla con la vecina a través del pozo. De la pared cuelga un nido de barro seco, las golondrinas vuelven cada primavera (hay que respetarlas porque arrancaron a Cristo su corona de espinas). Hay también un tejado por el que andan los gatos.
En casa de Pedrito hay patos y gallinas. A los patos les damos moscas que cazamos, su padre nos regaña porque
las moscas se posan en las cacas y los patos son para comérselos.
Cada vez que su madre mata un pato Pedrito se enfada y se niega a tomar la carne. Por eso dejaron de tener patos.
La madre de Pedrito se llama Consuelo, llama alfileres a las pinzas de tender la ropa, alacena a la despensa, peros a las manzanas, y en lugar de jersey dice saquito. Si va a comprar no dice voy al mercado, sino voy a la plaza. Cuando a Pedrito se le desarregla la ropa o lleva la camisa por fuera, dice
¡qué hechuras!
y yo no lo entiendo.
En casa de Pedrito hay un botijo del que se debe beber a caño, me atraganté muchas veces, por eso lo hago a morro cuando nadie me ve.
La madre de Pedrito hace los polos más ricos del mundo, de leche, canela y azúcar, con forma de cubito que se cogen con un palillo de dientes. También me da la merienda a la vez que a Pedrito, para que
no se te salte la hiel.
Me comía primero el pan para disfrutar después del chocolate solo. A veces ella, cuando ve que he comido todo el pan y aún me queda chocolate, me ofrece más pan.
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El padre de Juan de Dios vendía el yeso por celemines, sigo sin saber qué es un celemín. El cierre de la cochera era la portería, nadie protesta por los balonazos. Pero si el municipal nos ve jugando al fútbol, se lleva la pelota: para recuperarla tiene que ir un padre al Ayuntamiento. Entonces la calle no estaba asfaltada, eso vino más tarde. Calle Valdivia: donde la alegría corre detrás de un balón.
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La caja de zapatos con agujeros para respirar, los gusanos respiran, las hojas de morera, el árbol al que trepar o montarse a cuestas sobre otro niño. Los gusanos no beben agua, toman la que hay en las hojas. Al subir por los brazos dejan un hilo húmedo, luego desaparece. Los capullos que hicieron eran amarillos pero a Pedrito uno blanco. Al año siguiente nacieron con retraso, lo menos diez días después de San José. Apenas podían verse, las hojas que habían brotado eran también enanas. Fernando dice también comen lechuga. Fue el año en que las hormigas invadieron la caja. Dos hormigas cargan con un gusano muerto, o un trozo de él. Llegué tarde para evitarlo.
Matar hormigas en la azotea de casa, en la calle San Francisco, en el Paseo... Un verano entero pisando hormigas.
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Miedo a la mañana vacía, a las calles solas y abrasadas. Pero es distinto si subo en la bici de mi hermano. Hay que sentarse tras él, en unos barrotes que se hincan en el culo. Entonces la mañana se hace corta. El viento da en la cara mientras bajamos a La Yedra, árboles y zarzas a los lados. En otra bici va Lucas, vamos a la piscina, su padre tiene allí el bar. Después, al volver, Agustín se alza sobre los pedales, jadea, suda, no me pedirá que me baje. Al final de la cuesta la fábrica de piensos. Lo ha conseguido: Baeza otra vez.
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La fuerza de las ideas, que me asaltan sin permiso, que vienen y se adueñan de la mente, más fuertes que mi voluntad. La idea de desnudarme en la calle, de entrar en San Pablo y gritar hijodeputa ante el crucificado, de tirarme desde la azotea. Cuanto más dañinas son, más fuerza tienen. Acuden sin llamar y no puedo expulsarlas. Decido olvidarlas y no me obedecen. Ordeno que se vayan y me llevan la contraria. Ahora han decidido que tengo que estar pendiente de parpadear, de aspirar aire y de tragar saliva: las tres cosas a la vez. Decido olvidarlas, mando olvidarlas pero no me hacen caso. No puedo echarlas ni acallarlas. Van ganando. Por ahora los brazos me obedecen, ordeno “levantad” y se levantan. Y las piernas también. Pero el cerebro no: las ideas vienen y se quedan ahí, permanecen porque quieren. Me invaden y mandan. Temo que sigan creciendo y haciéndose fuertes: cuanto más quiero expulsarlas, más resisten. Temo que se hagan más poderosas que mi voluntad.
Ayer me invadió la idea de agarrar el volante y moverlo hacia un lado. Papá no habría podido reaccionar, se quedaría perplejo. El coche se habría salido, un accidente, tal vez habríamos muerto. Ayer mi voluntad pudo más, el cuerpo obedeció y siguió quieto.Pero qué pasará si siguen creciendo.
Tengo miedo.
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Me recetó conductasa y válium, el válium me adormece. También me dijo
piensa en otra cosa: en jugar al fútbol, en ir en bicicleta, en lo que harás mañana; así es como se echan las ideas, pensando en otra cosa.
En la puerta leí
Psiquiatra,
con ps,
mamá me explicó que venía del griego.
Me llevan también al despacho del párroco, habla sonriendo y da tranquilidad. Dice
no podemos impedir que vengan ideas a nuestra casa, pero podemos negarnos a darles coba.
¿Qué es darles coba?
Bueno, podemos negarnos a jugar con ellas.
Dice sobre los pensamientos:
el noveno no dice no tendrás, sino no consentirás.
Al salir me siento eufórico, las piernas piden moverse. Bajo corriendo por la calle San Andrés y la calle del Rojo. Al llegar al cine Primitivo hay un cartel que dice
Psicosis,
otra vez la ps.
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Turco era un perro simpático, estaba siempre jugando. Cuando se ponía a dos patas era más alto que yo. Era el perro de Paco y Gaspar, su padre lo tenía para ir de caza. Fuimos andando a la casería de su familia, la de las tres fuentes. Turco viene con nosotros, por el camino se nos adelanta corriendo y después regresa, se acerca y vuelve a adelantarse. Al llegar a la casería Turco ve un gato, se lanza sobre él, le muerde en el lomo, el gato no puede hacer nada para escapar. El gato queda muerto, desangrándose, tendido en el suelo. Turco sigue corriendo y saltando, como si haber matado al gato fuese parte de la diversión. El gato era de la casera, coge su cadáver y se lo lleva abrazado. Conteniendo la rabia, la casera (que quiere al gato) dice
oye bonicos,
con el mismo tono que emplearía para llamarnos
canallas,
teníais que haber sujetado al perro, respetar un poco a los pobres.
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Los domingos vamos al restaurante. Allí está Rafa el hijo del dueño. Me molesta que Rafa traiga la cocacola, se lleve mi plato, mis cubiertos sucios. Qué he hecho para que me sirva, por qué no recojo yo su plato. El lunes en el colegio creo que va a decirme algo pero no dice nada. Me propongo pedirle a papá
vayamos a otro restaurante, me da vergüenza que Rafa me sirva, es mi compañero de clase.
Me lo propongo pero no lo digo, aún da más vergüenza pedírselo.
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Al verme con gafas, los amigos de Mariasun me preguntan. Refiriéndome a la miopía digo
el médico ha dicho que no me crecerá.
De pronto todos estallan en risa, se burlan de mí y no sé por qué.
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Entre el piso y el tejado están las cámaras, allí una mesa de ping-pong. Cuando está Titina hay que impedir que coja la bola. Si consigue cogerla, hay que correr para quitársela. La bola cae y Titina la coge. Pedrito y yo la perseguimos, pero es más rápida y nos esquiva. En cuclillas gritamos
Uau-uau.
La perra contesta y, al ladrar, la bola cae de sus dientes. La risa nos derriba, tiene un sabor dulce que se hinca en la barriga y apenas deja que respires. Tendidos en el suelo, Titina nos mira y ladra sin parar.
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La clase de francés, la mejor hora. Otra lengua, otras palabras. Con Isabel apetece dar clase. Siempre sonríe y cuando habla en francés le cambia la voz. Ahora leemos un libro que parece infantil. Me recuerda cosas que sentí y no sabía que pudieran escribirse. Cada día leemos un par de páginas, pero ahora ya imposible pararse. Necesito leer todo. Busco en el diccionario las palabras desconocidas (pero baobab no viene).
Las últimas páginas se leen más despacio, ahora con miedo, con miedo a que se acabe. Después leerlo entero otra vez; llegar al lugar en que el zorro dice
apprivoise-moi.
Hubo al menos una razón para vivir: devorar El Principito en una tarde.
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En la mudanza cojo la mesita para llevarla al camión y, al inclinarla, el cajón se sale, cae al suelo, se rompe. No se me ocurrió retirarlo antes. El camionero lo recoge. Esta vez nadie me llama
torpe
ni
inútil,
pero mamá (con rabia)
“esto es una pena”.
No se refiere al cajón, se refiere a mí.
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Por casualidad en la tele “Raíces”, un muchacho negro vive en África con su pueblo y familia. De pronto es apresado, no recuerdo cómo, quizá una trampa. Hombres blancos lo llevan a un barco, lo atan, enjaulan junto a otros africanos. Muchos mueren en el viaje. En América lo subastan y esclavizan para siempre.
Opresión en el vientre y testículos. No hay sueño. Muerdo los dedos, quedan huellas de dientes. Vueltas bajo las sábanas, esto no puede quedar así. Ganas de dejar la cama, de salir ya a derribar gigantes.
Cada cuarto de hora el reloj del pasillo. Finalmente ocho tintineos. Es lunes y hay que ir al instituto.
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En París, 20 años, cité universitaire, muchachas en flor. Los otros van cómodos en sus cuerpos, se ve que para ellos no es una carga hostil. Caminan sin quistes en cara ni espalda torso cuello. Sin camisas manchadas de pus y sangre, sin miedo a la piscina.
Asúmelo, entiende que a ese club no fuiste invitado.
De noche en la cafetería un hombre se acerca. No pretende burlarse, creo que no. Dice
los granos se quitan bebiendo vino.
Al hablar de ellos dice
bubons,
forúnculos, la misma palabra que leí en La Peste.
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Las moscas succionando la sangre de mis granos supurantes
dejé de espantarlas cuando al fin me rendí.
Seguid, moscas tenaces, rematad vuestra obra.
Que mi sangre infectada os sirva de alimento.
Traedme a cambio la suciedad del mundo,
la ansiada podredumbre que me liberaría.
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Con otro. Pues claro, era lo normal, no iba a estar esperándote a ti, a que dejen de crecerte granos-montañas-volcanes y te conviertas en persona. Si tú mismo evitas mirarte al espejo, desenfocas la vista y tu cara tu cuerpo se nublan, un bulto sin forma. No vas a ser como el perro del hortelano, qué expresión más asquerosa. Lo cándido es que mínimamente pensaras que iba a ocurrir de otra manera. Esto es una lucha seria, no una pantomima. Aquí los tarados no tienen sitio. El ciervo enfermo soporta que el fuerte lo humille y se lleve a las hembras, todas para él. Se llama selección natural, está en la biología. Al débil no le basta con estar enfermo sino que además debe ver cómo el fuerte se las folla a todas. Y mejor así, ¿o acaso proyectabas expandir tu molde?: “Pasen y observen la estirpe granulada, contemplen ustedes la saga de los monstruos”.
Di adiós a su risa, al pelo sobre su mejilla, a su mirada sus labios su voz su alegría; a esa forma de hablar, acento o dulzura, que amo tanto. Vamos vamos, di adiós a todo. Ya no hay excusas, ahora está claro. He aquí las reglas, las putas reglas del juego. Sólo queda saber si podré incorporarme, secarme los ojos, quitarme la ropa, ponerme el pijama o dormir vestido (¿dormir? ¿dormir?)… Si será posible continuar.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche… Será jilipollas el tal Neruda, si lo que yo quiero es llorar y morirme.
viernes, 13 de julio de 2007
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